Daniel Johann es uno de esos músicos raros, de visión artística poco convencional y de sobra experimental. Es además uno de esos personajes súper introvertidos comercialmente hablando, quizás porque disfruta más su actividad de esta manera: con total libertad y muy por debajo del humo de los reflectores. Uno de sus dos proyectos musicales, salvia palth (así, con minúsculas) despertará en cualquier melómano de oído educado una extraña adicción que flecha a primera escucha, con música estática poco estética, y ruido confuso y melódico.

Imaginen un poco de lo espeso que puede sonar Astrobrite en sus días más pesados, luego piensen en Colleen Green con el pop más guitarrero en su catalogo y al final de la escena visualicen a Pure X refinando su propio sonido para que las cuerdas afiladas y una batacas aturdidas se escuchen sutilmente detrás del aire denso (algo así como lo que un Mac DeMarco perdiendo la razón haría en sus modos más rockers). Y aun así, todas estas combinaciones no alcanzan a definir por completo la propuesta de Johann; tan emo/lo-fi en términos shoegazers como indie/folk/ambient en su estado más pop. Así suena su primer y único álbum, Melanchole (2013), digno de la expresión «ruido sordo»:

Líricamente hablando, Johann quiso afrontar la cruda realidad a la que muchos le temen, y exterioriza con letras directas (y tal vez simples) los sentimientos de desolación, los dolores del crecimiento y la incomodad de la madurez, así como la ansiedad por «estar vivo y ser real». Muchas veces su voz sofocada, medio distraída o incluso mareada se sale de los tiempos melódicos de la instrumentación, lo cual lo hace sonar tan ridículo como brillante… o ridículamente brillante, mejor dicho. Vaya joya exótica, secreta y tal vez incomprendida la que tenemos aquí.

 

 


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