Así como en el mar a veces es mejor no luchar contra la corriente que te arrastra y en cambio hay que dejarse llevar para no agotar tus recursos y posteriormente darle la vuelta, quizá en días oscuros en los que la penumbra se mueve a toda velocidad lo mejor sea camuflarse con ella, no pretender ser ese destello radiante de luz que con su contraste encandile algunas retinas sino mejor convertirse en sutiles ráfagas luminosas para fusionarse naturalmente con las sombras, y así resistir. Eso representa sonoramente Shadowlands en la actual escena, desde su olímpica y etérea perspectiva del dreampop asociado con el post-punk. En algunos rincones de la red le llaman a lo suyo «dark-pop», de hecho.

Esta hermosa banda de Portland, Oregon es comandada por Amy Sabin, a quien actualmente le acompaña su hermana gemela, Angie tras algunos cambios en la alineación original. Con Casey Logan (esposo de Amy) y Jesse Elizondo se complementa el cuarteto. Su sonido es una gema de corte exótico e instrumentalmente podrían pasar por una «banda feliz», sin embargo la lírica y sus atmósferas no siempre concuerdan con esta percepción. Odas góticas a las perdidas, el dolor, y luego reflexiones espirituales tras la interpretación de algunas pesadillas hacen de este concepto uno mucho más amplio y recóndito. Pero siempre encontraremos en ellos algo de ilusión, de esperanza; y una invitación constante hacia la exploración de nuevas dimensiones. Vaya, a veces construyen mundos imaginarios y sueñan con tocar el cosmos, como en su más reciente single «Perfect Void»:

Estas sensaciones son una marca fija en la obra de esta banda. Estos chicos tienen la magia necesaria para abrir umbrales y así salir de las tinieblas en un salto volátil hacia planos inmateriales. En ellos nos seducen con una instrumentación que se mece de lo orgánico a lo eléctrico, sutilmente, y hélices de viento nos introducen en estados de narcosis los que no vamos a querer despertar. El negro se vuelve morado. El púrpura se pinta de rojo. Y la luz se funde en las estrellas…

Si bien es cierto su estilo es fantástico, siempre hay una interconexión con lo terrenal que no nos pierde del todo, que nos mantiene vinculados a casa. Como si de engramas se trataran, cada nota rastrea la memoria y estimula nuestra actividad neuronal, marcando una ruta ilusoria desde la lejanía hacia nuestros orígenes. Es pop intelectual esta expresión de arte, desde luego. Y se cuelga de las emociones más vibrantes de nuestro interior.

 

 

 

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