Les hablaremos de Guerra Fría, pero deben tener una cobija encima en caso de que la temperatura comience a bajar, y una vela encendida por si la noche cae sobre nosotros y nos perdemos del horizonte. La banda de Quetzaltenango, Guatemala apela a la nostalgia, la desolación y los tonos grises para pintarnos historias de cadencias que nos atarán sutilmente.

Es un proyecto nuevo en escena. Apenas en 2022 comenzó a colgar en la red su repertorio musical, predominantemente de baja fidelidad, como si de un post-punk de recámara se tratara, cantando lamentos y reflexiones en español, en una base de sintéticas y minimalistas percusiones. Todo, en conjunto, nos remembra inmediatamente a los ecos de Motorama y Molchat Doma, más allá de otras obvias similitudes que se puedan encontrar con el dreampop más opaco de guitarras etéreas y en estilo jangle.

Algunos de sus tracks suenan somnolientos, hipnóticos a pesar de sus agitados ritmos, esto en gran parte por las atmósferas vaporosas. Los cantos son como fantasmas detrás de la brisa, cercanos pero derrotados, hablando con suspiros administrados. En otros episodios, parece que nadamos en aguas gélidas y tranquilas, casi muertas, o bien flotamos en un cielo infinito y boca arriba; es tan solo cuestión de elegir el mood en el que vamos a recibir el sedante melódico que elijamos.

 


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