El estrafalario, insurgente, innovador y multifacético Iggy Pop se viste de genio y figura en tantos aspectos de su vida, que si hiciéramos una lista de sus contribuciones y anecdotarios alrededor de distintas disciplinas, la cultura e incluso en el activismo social, no la terminaríamos, al menos no sin omitir algún pasaje especial. Hoy nos enfocaremos en uno de ellos, precisamente en un apartado de su trayectoria en el séptimo arte: su actuación en la película The Crow: City of Angels de 1996 (inspirada en el cómic underground de James O’Barr).

Este filme es la secuela de aquella obra de culto, The Crow del ’94, dirigida por Alex Proyas y estelarizada de manera inolvidable por Brandon Lee, cuyo trágico desenlace ya todos conocemos. Para esta segunda parte, la dirección estuvo a cargo de Tim Pope y aunque la historia no se trata precisamente de una continuación de la primera, sí existen conexiones importantes, no solo con un peculiar personaje (la pequeña Sarah) sino también en su argumentación; pero el enigma central del relato ahora se basa en el Día de Muertos, una tradición netamente mexicana muy cercana al Halloween o Noche de Brujas, su equivalente en Estados Unidos (y en el cual se fundamenta aquél primer filme de Proyas). Por eso los hechos tienen lugar en la ciudad de Los Ángeles (ya saben, lleno de paisanos y latinos) donde impera en lo clandestino una sádica pandilla de maleantes liderados por Judah, cuyos negocios giran en torno al narcotráfico, así como su fortaleza gira alrededor de las artes oscuras. Aquí es donde aparece el salvaje Curve, uno de sus violentos secuaces que personifica nuestra estrella del punk, James Newell Osterberg Jr. (Iggy Pop, pues).

No vamos a hacer de esta nota un resumen de la peli para no caer en spoilers en caso de que algún despistado aquí aún no la haya visto, mucho menos ser repetitivos para quienes ya la conocen bien. Basta mencionar que su estilo gótico es fascinante, la escenografía es espectral, su fotografía roza lo surrealista en algunas ocasiones, el reparto (con Vincent Pérez como el héroe venido de la muerte, Ash Corven) en general es muy atinado, mientras que el score nuevamente a cargo de Graemme Revell y el soundtrack por cortesía de bandas como Deftones, Bush, PJ Harvey, Hole, Tricky, White Zombie, Linda Perry y, desde luego, Iggy Pop (con una brutal versión de «I Wanna Be Your Dog») hicieron un ensamble perfecto para esta cinta que tuvo su mayor acierto en seguir su propia senda a través de un guion con el que nunca se pretendió hacer un refrito de aquella previa joya cinematográfica, y por el contrario, adquirió su propio sello con una crónica paralela.

Pop tiene una actuación intachable (no debió ser difícil para él hacer de junkie y bad boy). El filme se embona con capítulos memorables y muchos de ellos lo tienen a él en primer plano. Uno de los pasajes más icónicos sucede justamente cuando, a pesar de intentar desesperadamente escapar, la justicia finalmente alcanza a Curve en manos de Ashe. La escena se llama A Coin for Curve (Una Moneda para Curve), ya que hace referencia a la milenaria tradición de colocar monedas en las bocas de los difuntos antes de arrojar sus cuerpos a las aguas rumbo al Más Allá, pues se creía que se debía pagar a los barqueros para que hicieran de este viaje uno más seguro, de lo contrario el alma podría vagar sin rumbo por más de 100 años, perdida y desconsolada, hasta que alguien accedía a llevarla gratis a su destino después de haber sufrido lo suficiente.

Y fue así que en sus últimos instantes, Curve escucha esta historia en voz de El Cuervo mientras le hace un truco de magia para sacar la metálica de su oreja para colocarla sutilmente entre sus labios, y así él acceda a irse en paz. Entretanto personas desconocidas y de edad avanzada le arrojan pétalos rosados a su alrededor. «Flores para los Muertos», se escucha. Y aquí te compartimos la secuencia completa (una súper secuencia):

 

You think i’m afraid of you, you fucking freak?! You think I’m afraid?! YOU THINK I’M AFRAAAAAAAID??!!

 

 


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