Por allá de los años 80s, The Station era uno de los venues para conciertos más especiales de toda la Gran Bretaña. Ubicado en Gateshead, Newcastle, este club abrió sus puertas de 1981 a 1985 para que músicos acudieran no solo a ofrecer sus shows ante una reducida audiencia, sino también para hacer ensayos e incluso algunas grabaciones. Además de eso, otros artistas se reunían allí para exhibir sus obras al mismo tiempo que el lugar se convirtió en un rincón exclusivo para que los jóvenes punk se expresaran acerca de su propia subcultura y sobre los tópicos políticos de aquellos días.

El club era administrado por un colectivo de músicos de la escena local, llamado Gateshead Music Collective, que también hacían activismo político con inclinación radical hacia la izquierda. Recibían financiamiento de The Prince’s Trust, una organización dedicada a la ayuda hacia jóvenes de escasos recursos con el fin de guiarlos a encontrar trabajos o concretar proyectos artístico-culturales. Así apoyaban a los nuevos talentos de músicos de la región y La Estación era el lugar ideal para que ahí se dieran a conocer en fiestas con entradas de 1.50 libras esterlinas.

Entre los asistentes más recurrentes en los últimos años había un cuate llamado Chris Killip. Sus charlas, vivencias y sobre todo las fotos que ahí tomó durante varias semanas lo llevaron a crear un cúmulo de archivos históricos que posteriormente fueron organizados un libro que publicó con el nombre The Station, precisamente, que consta de 80 páginas con 72 imágenes que él mismo va explicando a partir de sus memorias que retratan en conjunto toda una escena que desde lo subterráneo ocurría.

«Cuando fui por primera vez a The Station estaba asombrado por la energía y el sentimiento del lugar. Era totalmente diferente, administrado para y por la gente que ahí iba. Todos los sábados que podía iba a tomar fotos. Nadie nunca me preguntó nada cuando lo hacía; no preguntaban quién era yo ni de dónde venía.»

Las secuencias de fotos está presentada de tal manera que simula una tira de película, como si todas hubieran sido disparadas la misma noche. Esto fue posible debido a que, como recuerda Chris, cada fin de semana los asistentes usaban siempre la misma ropa. Y no solo eso: los peinados también. Algunas diferencias que evidencian los días distintos pueden encontrarse, si se es muy observador, en los detalles del cabello precisamente (más gel, más rizado, más lacio en algunas personas). Él recuerda particularmente, por ejemplo, a un chico de pelo puntiagudo, rubio, con su camiseta sin mangas con mensajes de punk anarquista, un collar de cadena con un candado colgando. También, desde luego, Killip se describe a sí mismo:

«Yo era un tipo de 39 años con cabello blanco y rapado, siempre vistiendo un traje con bolsillos cosidos adentro de la chaqueta para guardar ahí mis diapositivas. Tenía una cámara 4 x 5 colgada alrededor de mi cuello y un flash Norman con sus baterías en mi cintura. Debí haberme visto como algo que salía de una película de los años 50s.»

El contexto social y político de aquellos días también decía mucho. Al referirse a la razón por la que estos chicos siempre usaban la misma ropa, él lo atribuía a que no tenían mucho dinero para perfeccionar día a día sus atuendos. Recuerda el desempleo juvenil que crecía cada vez más en los tiempos de Margaret Thatcher, y en el noroeste de Inglaterra se caía la industria minera, la de construcciones navales y la de siderometalurgia (hierro y acero), por lo que las contrataciones habían cesado. Estos jóvenes encontraban en este club al escaparate perfecto ante esta cruda situación.

«1985 fue justo después de la huelga de los mineros y había mucho desempleo juvenil. La mayoría de los punks de The Station no tenían trabajo, y este lugar, administrado como un colectivo muy inclusivo, era muy importante para ellos y para su autoestima.»

Chris nos cuenta también que en el interior del venue todo estaba pintado de negro mate; desde el suelo al techo, las paredes. Todo. Casi no había luz y solo se vislumbraban unas ráfagas en el escenario cuando alguna banda local como Sleep Creature and the Vampires, Hellbastard, Blasphemy, Conflict y Toxic Waste salía a tocar. El sonido se hacía ruido y se escuchaba muy fuerte, a tal punto de que recuerda salir a media noche con los oídos zumbando. Pero eso era lo de menos. Llegar a casa después de esas experiencias semanales le daban a él y todos los asistentes un sentido especial de pertenencia a un refugio en el que los punks ingleses podían encontrarse con iguales no solo de apariencia sino de vivencias e ideología, ya no decir de gustos musicales. Era el espacio donde la chispa de su subcultura se mantenía viva.

«La gente sentía que el lugar les pertenecía, era su espacio (…) Era una celebración de su identidad como punks (…) Tenía una importancia tremenda que no entendía en ese momento tanto como ahora.»

 

 

 

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