En 1967 Pink Floyd se encontraba generando en el mundo (principalmente en el UK) las primeras impresiones sobre su música, siendo una banda que aunque ya tenía algunos años tocando estaba saliendo del anonimato con su primer disco de estudio, The Piper at the Gates of Down, un éxito inmediato que comenzaba a abrirle las puertas del éxito a estos cuatro jóvenes ingleses que conformaron su primera alineación: Syd Barrett, Roger Waters, Rick Wright y Nick Mason.

Pero Syd, cofundador, guitarro y principal compositor del grupo en aquél entonces también empezaba a dar indicios cada vez más regulares de sus problemas mentales y su seria adicción a las drogas (LSD principalmente). Esto marcó una encrucijada tempranamente en la carrera de Pink Floyd conforme ocurrían más y más episodios en los que el pobre desempeño de Barret repercutía negativamente en las presentaciones en vivo de la banda. Había que tomar una decisión en pro del proyecto.

Uno de esos tantos capítulos ocurrió en nada más y nada menos que la primera aparición de Pink Floyd en la televisión de Estados Unidos, en los ABS Studios en Burbank, California dentro del famoso programa American Bandstand, el 7 de noviembre del ’67. Ahí  interpretaron en ese entonces una de las más recientes (si no es que la más reciente) composición de Syd, «Apples and Oranges». Sin embargo, por más que esto parecía una oportunidad de oro para la carrera de los británicos, terminó siendo un momento un poco frustrante para ellos debido al aparente desinterés de un Barrett que parecía «despistado» o «ausente» del aquí y el ahora.

El performance (con playback) salió bien en términos generales; fue una perfecta elección psicodélica con una melodía simple y digerible para presentarse a un público desconocido para ellos en un horario familiar. Pero después llegó el momento en el que el anfitrión Dick Clark conversó con los cuatro músicos con preguntas un poco absurdas, de hecho, sobre lo que habían comido en Estados Unidos y sobre cuántos días duraría su visita en el continente americano. Mientras apenas entablaba conversación con el tímido Barrett, el presentador lo deja de lado a media entrevista para dirigirse a sus demás compañeros. De ahí en adelante el guitarrista y cantautor se le notó incómodo y desconcertado frente a las cámaras.

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Lo que nadie se imaginó es que este show por más inofensivo o seguro que pareciera, marcaría el comienzo del fin para Syd Barret en Pink Floyd. No tomó mucho tiempo después para que sus compañeros decidieran expulsarlo de la alineación, incorporando a un tal David Gilmour para que tomara las riendas en las responsabilidades que había que tomar ante ese vacío difícil de llenar.

Lo que pasó con Barrett después fue un diagnóstico de esquizofrenia, una constante recaída en las drogas y una irregular -pero muy interesante- carrera en solitario, hasta su muerte en 2006 tras sufrir por un tiempo varias enfermedades crónicas. Para Pink Floyd, por otro lado, inició la cuenta regresiva para el ascenso al empíreo de la fama, con vueltas ilusorias a planos tan surrealistas como el lado oculto de la luna en donde construían sus propios muros de sonido que los mantienen hoy, aún para las nuevas generaciones de melómanos, como uno de los nombres más importantes de la música en la historia.

 

 

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