Siempre he defendido que una de las mayores satisfacciones -si no es que la mayor- de un melómano empedernido que no cesa en su búsqueda por nuevos sonidos, es el encontrarse con un track o un álbum inesperado que despierta cosas escondidas en sus entrañas, algo que está ahí esperando por una ocasión especial, un momento tántrico que no llega siempre pero por el cual vale la pena esperar. Esa sensación de escuchar un nuevo favorito eterno por primera vez (que por obvias razones es una sensación única e irrepetible) es una impresión que se queda para siempre, como una huella que en adelante te regresará a esa ocasión especial.
Esto que acabo de explicar acaba de sucederme con 21st Century Prayer, el nuevo e impecable álbum de House of Light. Esta discreta y súper refinada banda australiana acaba de lanzar uno de los títulos más interesantes, complejos y auténticos del post-punk moderno de los últimos años, y que además creo envejecerá tan bien que podemos llamarlo desde ahora un clásico inmediato para el género y para la escena alternativa independiente en general.
A lo largo de su tracklist vamos a encontrar una fusión súper bien lograda con elementos del shoegaze y la psicodelia, sobre una base rítmica cambiante y envuelta en una energía digna del más confeccionado indie rock hecho no solo con intelecto, sino también con pasión. Por tanto, una obra como estas puede ganarse los corazones de los fans de bandas como Starflyer 59, The Antiques o Black Rebel Motorcycle Club, al mismo tiempo que conquistará la mente de los más estudiosos de los pasos de New Order, The Cure o Magic Wands.
En la primera parte del set, canciones bien sólidas y apasionantes como «House of Love» (un single que viene acompañando a la banda desde hace tiempo) y «Radiate» nos llevan a un spot de baja luminosidad y en el que el delirio nos colma las entrañas, entonces soñamos despiertos con viajes hacia las sombras sin siquiera movernos de nuestra zona de confort. Reflexiones profundas se exponen en una lírica crítica e inteligente; historias de amores perdidos en las grandes ciudades y meditaciones para no dejar registros involuntarios en la conciencia son algunas de las premisas que incentivan las danzas nocturnas en estos tremendos tracks.
Luego, «Strange Way to You» -que desde su intro y por su estilo vocal nos recuerda constantemente a Radiohead- cuenta con un canto de lírica poco descifrable, incluso para el propio vocalista Justin Maarten de Vries, que confiesa no recuerda las letras de la rola y no está muy seguro de qué es lo que está cantando, sin embargo, no necesitamos saberlo, porque lo que generan sus atmósferas y esos sublimes coros andróginos son suficientes para mantenernos en una especie de trance por al menos tres minutos. Entonces llega la intensa «NYC», que nos jala a recorrer sobre ruedas y a toda velocidad las calles de la Gran Manzana, para sentirnos solos entre la multitud, sanos pero cerca de la esquizofrenia y sometidos en las tinieblas a pesar de mirar las luces moverse en efecto doppler a través de la ventana.
«Naked in a Dream» es la propia Souvlaki Space Station (Slowdive) de HOL; es su proclama post apocalíptica y una delirante apología a la distopia. La misma banda la identifica como su canción favorita para improvisar en vivo y es fácil adivinar por qué: es sin lugar a dudas su invención más alucinante, de alcances interestelares y con una fuerza cósmica capaz de sedar la mente y la conciencia. Por eso, inmediatamente después debe sonar la ambiental «Under the Cloud Line«, que funciona como un oportuno interludio para apagar los fuegos galácticos y devolvernos la lucidez, aunque nos sigue haciendo levitar por lugares inhóspitos de la conciencia, en territorios lúgubres de la mente, respirando, pensando en nuevas posibilidades.
Lo que viene a continuación es, para mí, el punto culminante de la producción y además uno de los dilemas sonoros más interesantes que he encontrado en la música en años recientes. Se trata de «Cold», una inquietante y melancólica canción que alcanza a tocar el corazón para apachurrarlo, las vísceras para acariciarlas y el alma para someterla. Amor, guerra e intrigas son los tópicos enmarañados en estos lamentos que acompañan la sentimental melodía, bajo una atmósfera pesada y envolvente. La penumbra crece al ritmo de las percusiones y se acentúa con sus redobles que además nos distraen del miedo que rodea este melodramático mundo que nos han creado. El clima sofoca pero no asfixia, parece un ruido sordo que seduce al tímpano pero también lo confunde… Es que esta no es la mezcla definitiva de la pista, se supone que está a un paso de su versión final, sin embargo, fue la que necesariamente tuvo que integrarse al tracklist oficial. Entonces, esta resonancia de aparente baja fidelidad surge de la angustia y el dolor tomados de la mano, y se vigoriza en un emotivo y perturbador estribillo que exhibe un canto que parece más bien un una plegaria al frío del misterio y la desolación, mientras los violonchelos jadean para que también sean escuchados con fuerza en la oscuridad.
Esta es la perspectiva romántica de la derrota, un himno apasionante para los abatidos. Es una oda al suplicio y el amor que te deja en total vulnerabilidad emocional.
Después de esto, cualquier cosa que los australianos nos entreguen nos seguirá teniendo rendidos a sus melodías, pero eso no los conforma y aun en la recta final tienen entregas igual de sofisticadas que ofrecernos. Una de ellas es el track homónimo, que arranca con mucha fuerza y va haciendo de los temores los mejores alicientes para buscar algo de esperanza, como si de una desesperada carrera para alcanzar la luz al final del túnel se tratara. La oscuridad también es aliada y la incertidumbre nuestro mayor impulso. Así llegamos a la poderosa «Thread», una de las rolas rockeras y teatrales del disco, y cuyo estimulante estribillo nos sitia en un explosivo espectáculo con esa adictiva dinámica de paz y caos. Fue escrita en tan solo cinco minutos, cuenta Justin, justo después de leer un artículo de psicología que hablaba de los estragos que la guerra ocasiona en la mente de los soldados.
Pero si creíamos que la canción anterior era la más pesada y punk de esta colección, estábamos equivocados, porque inmediatamente después comienza a rugir «ZeitGeist» que, con toda su garra e ímpetu, no pierde su estética estructural, así como tampoco el trío australiano se olvida de la importancia de los garfios melódicos en el coro. Esta última premisa la hace perfecta antecesora de «Still Life», una canción también de corte cinemático que, a un ritmo semi lento y con sólidos redobles de tambor, nos abraza en medio de su sollozo vocal, mientras las cuerdas galvánicas y psicodélicas forman espirales irreales en el aire. Y de esta manera termina la odisea.
Creo que House of Light nos ha entregado un clásico inmediato con 21st Century Prayer. Lo supe desde la primera vez que lo escuché; esa sensación es única e irrepetible. Es que este álbum es para el oído lo que un diamante a la vista. Es una joya atemporal del post-punk sobre una frontera muy estrecha con el shoegaze y la psicodelia, brillando con reverberación y distorsión. Con la ayuda de su poesía catártica y esa enérgica instrumentación nos monta en una ola de emociones y reflexiones, sobre la cual contemplamos estos episodios en los que la luz y la oscuridad se funden en una atmósfera que genera cierto frenesí, recordándonos que el dolor y la adrenalina también son signos de vida. Qué música tan intensa y poderosa.
TRACKLIST:
House of Love
Radiate
Strange Way To You
NYC
Naked In A Dream
Under The Cloud Line
Cold
21st Century Prayer
Thread
ZeitGeist
Still Life
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