En medio del post-punk y el dark pop hay una línea muy delgada en la que no muchos músicos pueden mantenerse sin perder el equilibrio. Rosegarden Funeral Party, de Dallas, Texas lo ha logrado en los últimos años, sin pretensiones ni dificultades, alcanzando una armonía perfecta entre los elementos oscuros del goth y el frenesí de la música «disco».

Leah Lane es la que está al mando. Ella es la fundadora, vocalista, guitarrista y compositora del proyecto que desde 2017 se ha posado en las pistas de baile con una vibra muy especial, violenta y no, emulando los episodios más «optimistas» de Siouxsie and the Banshees o los más alternativos de la ya extinta The Organ, pero en su propio estilo. Su voz es imponente y sensualmente intimidatoria, y las melodías suelen venir con garfios efectivos para atrapar a primera escucha. Son irresistibles.

 

Guitarras eléctricas garigoleadas y suaves primero, rasgueos más engrosados y psicodélicos entrelazados con cuerdas acústicas después; teclados eclesiásticos y beats galopantes que no cesan y sacuden el corazón son también estímulos esenciales para el encanto. No es rock, pero suena como a rock. Es pop, pero no es lo que uno esperaría del pop convencional.

La lírica por su parte es inteligente y digerible. Los tópicos han alcanzado la crítica social hacia el machismo y las relaciones tóxicas en el amor, los celos y la rabia así como el desprendimiento y la autoaceptación. Directo a la herida y justo en los dilemas morales e interpersonales. Leah está tocando fibras sensibles y abriendo puertas gigantes en su paso ascendente en la escena. No le tomó mucho tiempo para posicionarse como una fugaz promesa del post-punk, y decimos «fugaz» porque inmediatamente se convirtió en realidad.

 

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