Si una banda se describe a sí misma como adepta al post-punk sombrío, al shoegaze, la psicodelia oscura y a las primeras firmas del sello 4AD simplemente no hay razón justificada para no prestarle atención. Es más, en S&V estamos casi obligados a hacerlo: nos extasiamos cada que una nueva propuesta de este matiz -y calibre- llega a nuestros oídos, como es el caso de Seatemples.
La banda chilena no es del todo «nueva» en escena. Se fundaron en 2014 y a la fecha ya han lanzado dos discos de larga duración y varios singles/covers a través de los años; todos dentro de la mixtura enigmática de los elementos gélidos y oscuros del darkwave con todas sus derivaciones. Pero hay ruido… y es eléctrico. Al sentir sus distintas capas de sonido y texturas que forman Patricio Zenteno (voz, guitarras) Priscila Ugalde (bajo y voz) y Harold Olivares (percusiones) no es difícil descifrar que lo que buscan en todo momento es generar una atmósfera que abrace ese sentimiento que caracterizaba a la música alternativa de los 80s y el comienzo de los 90s, tratando de que en un mismo acto converjan las cosmovisiones de artistas como Bauhaus o My Bloody Valentine, por mencionar un par, en perfecta armonía. Y vaya que lo logran.
Trópicos (sello Icy Cold Records), su más reciente LP engloba este mood. Fue producido por Daniel Knowles y por ahí tuvieron la ayuda en un single de Nicholas Wood (The KVB), un experto en la generación de halos quiméricos en las tinieblas. Ambos supieron plasmar la visión de los chilenos en sus ondas sonoras capaces de suscitar por igual emociones ligadas a la melancolía y el desamparo, no precisamente en aras de agudizar nuestras tristezas y el dolor, sino con el propósito de revisitar las heridas en busca de reflexiones más introspectivas en la oscuridad; en busca de esperanza y retoño a partir del abatimiento.
La resonancia de Seatemples parece atemporal; como si su música hubiera sido ideada muchos años atrás, en el pasado distante, y su eco tuviera alcances en horizontes lejanos de nuestro presente y futuro. Su propuesta cinemática besa el drama y genera una adictivo miedo que lejos de provocar en el escucha una repulsión inmediata, genera ese sometimiento voluntario con el fin de desentrañar los enigmas de su arte. No importa si es su primer álbum (Down Memory Lane, 2017) o el segundo: capturar la esencia de una conmoción sensorial de este color pocas veces pareció tan natural.
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