Había planeado enfatizar sobre los escenarios pocos conocidos por los que Sigur Rós ha tenido que pasar durante los últimos meses, sin embargo decidí hacer el preámbulo más breve posible porque, créanme, hay mucho que decir sobre Kveikur, su séptimo y nuevo álbum de estudio.
Basta mencionar que su anterior LP no obtuvo la respuesta esperada por parte de la crítica ni de la mayoría de los fans debido a la previa ausencia discográfica de cuatro años que hizo que las expectativas fueran muy altas. Además, unos meses atrás sufrieron una sensible baja tras la salida del multi-instrumental Kjarri, por lo que ahora la banda ha vuelto a funcionar como un trío por primera vez en 15 años.
Con Valtari (2012) se indagaron las raíces ambientales de unos SR que se sentían más mesurados que nunca; y personalmente creo que su ligereza flotaba sobre una línea demasiado plana, con pocos picos de emoción. Pero con esta nueva entrega todo eso ha cambiado.
Quise referirme primero a Valtari y lo que lo envolvió durante y después de su lanzamiento porque creo que no hay otra forma de comprender la relevancia de Kveikur; porque considero a este último como la continuación (o una respuesta) del primero. Y es que parece que para esta ocasión las emociones previamente contenidas de repente salieron a flote de una forma naturalmente desesperada, marcando elevados repuntes sonoros en la línea emocional al crearse piezas monumentales, sinfónicas y altamente enérgicas desde senderos oscuros y violentos. Es decir, Kveikur debe entenderse como la otra cara de Valtari: la atrevida, la audaz, la que no se guarda nada.
La producción abre con “Brennisteinn”, un track que desde sus primeros instantes advierte que las cosas han cambiado drásticamente: distorsiones y ruidos metálicos dentro de una atmósfera abisal que invita a imaginar un salvaje ritual en la superficie de un volcán en plena erupción, entre lava y cenizas bajo un cielo relampagueante, por decir lo menos. Es una verdadera catarsis eléctrica. Le sigue “Hrafntinna” que muestra de vuelta el sonido delicado del pasado, bajando un poco la tensión con buenos ritmos de percusión, una fusión de instrumentos de viento y una melodía con desgarradores estribillos. Después llega “Ísjaki” en uno de los puntos más álgidos del álbum, mostrando un rostro pop como no se había visto antes. Es hasta bailable, si quieren. Los timbales y los platos de batería hacen que suene con vida y llena de luz. De hecho, ésta debe ser una de las piezas más entusiastas y tiernas de la banda desde “Hoppípolla”; sólo Sigur Rós puede crear este tipo de himnos optimistas desde rincones fantasmales y provocar que las emociones se prendan a flor de piel.
Luego aparece «Yfirborð», uno de los tracks más experimentales de su catálogo y que debe entenderse como un breve interludio después del poderoso arranque del disco. Así se le abre paso a «Stormur» con la esencia de los tiempos del Ágætis byrjun, debo decir, ya que se da vida en ese punto medio entre lo atroz y lo sutil; se percibe fría pero luminosa a la vez, y la voz de Jónsi como un instrumento más le da forma a digeribles melodías. Y poco después, cuando parecía que la mesura comenzaba a sentarse, llega la canción que la da nombre a la producción volviendo al sonido brutal y convirtiéndose en una de las más simbólicas de Kevikur y quizás la más pesada en todo su repertorio (sólo comparable con “Untitled 8”); reta a cualquier oído que disfruta ser provocado por altos decibeles; su estructura casi industrial y las guitarras que rugen distorsionadas son los contrastes perfectos para abrazar el “uuuu” sublime de Jónsi en sus registros más altos. Un soberbio track lleno de elegancia bestial.
Llega luego «Rafstraumur» y la grata sorpresa es que las excitaciones siguen manifestándose en gran parte gracias a, primero, esos andróginos coros del intro, y segundo, a los redobles de batería que hacen de esta potente balada un apresurado vals melancólico con cierto grado de agresividad ya que, justo antes de su cierre, todos los instrumentos se funden en una nube de ruido de donde surge un brillante caos melódico. Por si no fuera suficiente y como aprovechándose de la vulnerabilidad en la que cualquier oyente con los sentidos bien abiertos debe encontrarse a estas alturas, llega otro golpe certero bajo el nombre «Bláþráður”, nostálgico y enérgico tema cargado de adrenalina en el que las secuencias de batería nuevamente son fascinantes debido a los intensos redobles que simulan una marcha valerosa hacia ningún lugar.
Y así, con tal exaltación llega el final de la producción, “Var”, que da el bajón necesario para aterrizar en piso firme en lo que resulta ser la única pieza instrumental del álbum. Me agradó bastante la decisión de haber incluido el piano –y no un teclado- ya que entiendo esto como un reconocimiento tácito hacia Kjartan Sveinsson (que solía ejecutar los teclados), sin intención de imitarlo ni tratar de ocupar su lugar.
Esta fue una prueba de fuego para Sigur Rós, la más difícil en su carrera. No debemos olvidar que Kveikur es el álbum con el que menos tiempo para su gestación contaron; el que tenía que innovar y dejar atrás las viejas fórmulas; el que necesitaba dar un grito de autoridad tras los altibajos del pasado reciente; el que debía buscar la reivindicación de la banda con sus fans para regresarles credibilidad y esperanza –si es que alguien acaso las había perdido. Se logró y no sólo eso, sino que se superaron las expectativas… ahora sí.
Kveikur resultó ser el trabajo más arriesgado de Sigur Rós y esa osadía que los llevó a reinventarse les recompensó con uno de los álbumes más bellos y poderosos de su carrera. Atrás quedó el post rock predecible y avante comienza la moldura de su música heavy world orquestal, en la que debido a la ausencia de sus alegóricos teclados es la impetuosa batería junto a la inigualable voz de Jónsi las que retoman el protagonismo y marcan las nuevas pautas. Esta es una obra tan experimental como habitual; provoca esa extraña sensación de encontrase en un lugar siniestro pero sabiéndose protegido, a salvo. Es como sufrir tu peor pesadilla visualizándote en medio del paraíso. Esa es la metamorfosis sonora con la que Jónsi, Orri y Goggi son capaces de hechizar al escucha como pocas bandas lo han logrado: en un minuto te hacen rozar la dicha y diez segundos después te arrastran para que sientas a flor de piel la tristeza y la añoranza. Su música es un vaivén de sensaciones opuestas; una bipolaridad emocional excelsa.
Por último, les comparto una reflexión que considero muy significativa y que surge de la siguiente comparación: la portada de Valtari tiene tonos de colores agradables para la vista y en ella se contempla un barco inmóvil levitando por encima de un mar sin tempestad alguna. Es un trabajo visual muy ad hoc para la calma y serenidad que se respira en esa producción. Por otro lado, en Kveikur se mira una imagen más tenebrosa e incluso bizarra, con un fondo negro que transmite frialdad y al frente lo que aparenta ser un monstruo, que no es más que una persona usando una máscara de tela; un trabajo visual que refleja penumbra y misticismo en su superficie pero que resulta igual de humano y sensible desde sus entrañas, justo como se sienten y son cada una de estas nueve canciones.
Tracklist:
- Brennisteinn
- Hrafntinna
- Ísjaki
- Yfirborð
- Stormur
- Kveikur
- Rafstraumur
- Bláþráður
- Var
Me suena a: Gregor Samsa, Mogwai, Your Ten Mofo
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