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La rosa de Damasco es una especie de flor muy famosa por su fragancia intensa y sus usos en perfumería y la medicina tradicional. Por otro lado, de Rusia pero radicando en Alemania, Rosa Damask es uno de los nuevos actos musicales más cautivadores de la escena, con un estilo sobrio, sombrío y vibrante; con bajos sólidos y palpitantes, voces reverberadas y guitarras con texturas que parecen haber sido talladas meticulosamente por un escultor perfeccionista.

Nastia Reigel también se percibe gótica, al menos en una estética sonora escondida detrás de notas, emergiendo con su clima que nos envuelve en misterio y confort. Desde luego que esto la acerca a los dominios del post-punk, etiqueta que mejor le ha caído en esta etapa inicial de su carrera. Porque esta chica no está inventando nada nuevo, en cambio ha indagado en las raíces de un sonido que ha marcado generaciones y ha hecho un culto alrededor del arte, las toma como influencias y las esculpe bajo su propia cosmovisión.

Y así como la rosa damascena simboliza belleza, amor y espiritualidad, este proyecto indaga en el minimalismo electrónico para encontrar frenesí en el drama de las sombras, en la introspección de la soledad. Sus ritmos fríos y sus secuencias repetitivas nos arrastran con elegancia hacia paisajes de melancolía y desolación, con una seducción que parece ser gradual conforme avanzan sus canciones y un pulso persistente que no suelta.

La música de Rosa Damask es un rito alternativo de hermosura contenida y tensiones latentes; perfecta para quienes encuentran placer en lo sofisticado. Es un viaje sonoro que no grita, pero seduce; que no ilumina, pero envuelve con la calidez fría de lo atemporal.

 

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