Alex Henry Foster es un prolífico músico que ya lleva un buen tramo recorrido en el mundo sonoro. Con The Long Shadows o firmando nada más con su nombre, el cantautor canadiense le ha dado varias vueltas al post-rock, alt-rock, noise y estilos progresivos de fuerza y teatralidad, con ecos tan poderosos como envolventes.
Su estilo es también emocional y de mucha estética instrumental. Sus letras transitan entre la melancolía, el desconsuelo, la espiritualidad, la furia contenida y la esperanza entre ruinas. Sus atmósferas, a veces abrasivas, nos levantan hacia abismos de sentimientos desbordados, no precisamente para lanzarnos hacia ellos pero sí para contemplarlos de cerca, sobrevolando el espectáculo de esas tempestades en duelo abierto.
Es cierto, su arte no siempre ha sido sencillo de etiquetar, aun así, es muy adictivo, somete al instinto y nos mantiene atados a sus encantos entre notas, en la espera de desenlaces catárticos que icentiven la reflexión interna. A veces etéreo, otras ocasiones más denso, es un sonido que no deja de ser hipnótico y lleno de respuestas a preguntas que aún no sabemos que tenemos que plantearnos.
Y es aquí donde radica su fuerza: en ese terreno incierto entre la conmoción y la abstracción, donde cada oyente revelará una nueva capa, un nuevo temblor, una nueva grieta por la cual asomarse. Más que ofrecer certezas, su música nos invita a pderdernos en intenciones y encontrar la belleza de todo lo inacabado. Porque, a veces, no se trata de entender, sino simplemente de sentir y dejarse atravesar.
