B-side

Hablemos de Star Wars, queridos y conocedores melómanos. Seguramente en 2025 han escuchando mucho sobre esta saga, después de que finalizara una de las mejores creaciones en toda la historia de la franquicia: la segunda temporada de la serie Andor.

Más allá del extraordinario casting, las magistrales actuaciones, la extensa gama de detalles y, tal vez, el guion más inteligente que se ha visto en este universo cinematográfico, hay algo que ha llamado notablemente la atención de aquellos que no solo se han detenido a observar con cuidado, sino también a escuchar… La banda sonora de Brandon Roberts, de principio a fin, es algo realmente especial.

Así como hace poco contamos en La historia del Post-Rock en 4 capítulos que hubo un quiebre importante en el género durante la primera década de este milenio —cuando varios cineastas buscaron ayuda de las bandas del movimiento para musicalizar sus obras desde otra perspectiva—, creemos que los cerebros creativos de Andor pensaron lo mismo al elegir a Roberts. Y no es que estemos diciendo que el músico norteamericano sea post-rockero en sentido estricto, pero vaya que su obra sí comparte varios de sus elementos, sobre todo en su estética de ambientaciones expansivas y emocionales, que redibujan los paisajes e intensifican las sensaciones generadas, más que simplemente musicalizarlas.

Las críticas han sido diversas, claro. Con una base de fans tan exigente y complicada como la de Star Wars (ay, esos warsies), uno no sabe qué esperar ante los giros y experimentos en estos nuevos tiempos de Walt Disney, sobre todo porque muchos consideran que esta saga es un culto: algo sagrado que no debería “tocarse” demasiado. Pero, afortunadamente, no todos piensan así, y hay que decir que el equipo comandado por Tony Gilroy ha hecho uno de los mejores trabajos (¿o será el mejor?) en esta extensa historia de una compleja y romántica Rebelión combatiendo al Imperio opresor de una galaxia muy, muy lejana.

Es verdad que la música se aleja del estilo clásico de la franquicia, a veces poco y otras veces muchísimo, como ocurre en la famosa boda de tres días en Chandrila, cuando se apela al minimalismo electrónico e industrial para reimaginar el tema “Niamos!”, que Nicholas Britell había creado en la temporada anterior; y entonces darle, con esta nueva danza galáctica, un poco de luz a un momento lleno de incertidumbre y temores, en uno de los tantos puntos de quiebre que tiene el personaje Mon Mothma.

Sin embargo, la cadencia más ambiental y su enfoque narrativo se vuelven cada vez más sombríos y realistas conforme avanzamos en los episodios. Sí, Brandon usa sintetizadores, percusiones ritualistas y programación de texturas electrónicas regularmente, pero, poco a poco, los violines, los chelos y las cuerdas se van apoderando de las tensiones políticas, del secretismo, las traiciones y las añoranzas de una trama que te envuelve y no te suelta.

Al desviarse de la línea musical tan característica de Star Wars (la de John Williams en sus propias obras o la de otros músicos que lo hicieron de manera similar), Brandon ha intensificado una experiencia única que desafía las expectativas tradicionales. Su elegancia orquestal y las capas industriales se fusionan en una base sonora cuyas guitarras procesadas y drones sci-fi conciben crecimientos lentos y sostenidos, para colorear relatos con el potencial de cimbrar conciencias.

Por ejemplo: lo que ocurre antes, durante, pero sobre todo inmediatamente después del genocidio de Ghorman —cuando Dreena pide ayuda en la frecuencia abierta— no es solo un punto alto del capítulo ocho o de la serie Andor, sino de toda la saga de Las Guerras de las Galaxias. Por decir lo menos, suena como una herida abierta que provoca que la ficción se vuelva memoria emocional, en gran parte por este recurso de oscilación sinfónica entre la tragedia y la angustia, como si fuera un réquiem apocalíptico que despierta los sentimientos de desgarro y desconsuelo de manera sublime.

Esa narrativa de la melancolía chocando con la furia y la desesperanza recuerda mucho a las técnicas empleadas por las bandas Godspeed You! Black Emperor, Thee Silver Mt. Zion Memorial Orchestra o EF, con discursos, samplers hablados y grabaciones de campo que propician que el silencio, las palabras y la música se turnen para expresar lo que pocos pueden nombrar.

La segunda y última temporada de Andor revoluciona su elegancia estética y narrativa, así como el sentido latente de urgencia y su profundidad intelectual, y este ascenso no hubiera sido posible sin la versatilidad de Roberts. Él salió al quite luego de que Nicholas Britell —responsable de la música en la primera temporada— se bajara de la nave por motivos personales. Fue así como pudo expandir el universo sonoro previamente establecido y darle nuevos matices para intensificar su atmósfera psicológica.

Esa sinergia entre la música cinematográfica moderna, la sensibilidad orquestal (y post-rockera) y la producción electrónica distópica fue perfecta para contarnos la intensa y conmovedora historia de Cassian, que es Star Wars desde las sombras y el dolor.

Así como la temporada se divide en cuatro "arcos", este soundtrack se divide en cuatro volúmenes bajo la edición de Walt Disney Records. El primer volumen (episodios 1 al 3) contiene 22 pistas; el segundo volumen (episodios 4 al 6) se compone de 24, mientras que el tercero (episodios 7 al 9) llega a los 27 tracks. El último (episodios 10 al 12) es el más corto de todos, con 19 canciones.

Cada uno de estos capítulos sonoros presenta una combinación de composiciones originales de Brandon Roberts y temas de Nicholas Britell, creados con delicadeza y sensibilidad. Cada nota es un suspiro; cada melodía es un relato que vibra en el alma del espectador. Es que Roberts no solo continúa la obra de Britell, sino que la transforma en un lenguaje mucho más íntimo y evocador, invitándonos a caminar sobre una superficie de latidos humanos, de esperanzas y sueños rotos que danzan en cámara lenta (no siempre).

Mirar Andor poniendo especial atención a su banda sonora es emprender un viaje sensorial que transforma el relato visual en una experiencia que resuena mucho más allá de las estrellas.