Samuel T. Herring es un artista impredecible que a pulso se ha ganado un reconocimiento especial en la industria musical. Esto es debido su espontaneidad y la entrega total en sus interpretacones en vivo con Future Islands, una de sus principales bandas (porque tiene varias) y con la que se desenvuelve con una energía desbordada que contagia y conmociona a la audiencia, a tal punto de hacer de sus movimientos y cantos toda una experiencia por presenciar.
El músico y cantautor nacido de Carolina del Norte ha pasado por diversos proyectos arísticos con el tiempo. Le ha entrado al rap y el hip-hop con el seudónimo Hemlock Ernst, ha colaborado con artistas de la talla de Kenny Segal y Madlib, y también incursionó en la actuación (serie The Challenging). Pero es, sin duda, Future Islands la banda que lo ha puesto en boca y mirada de todos, pues su propuesta de fresco -a veces clásico- synthpop de estilo sencillo y de riqueza melódica, ha entrado fácilmente en la mente y corazones de muchos fans en el mundo desde que irrumpió en la escena por allá del 2006. Una de las principales razones, decíamos, es el torbellino de sentimientos desbordados que representa Samuel como frontman, cuyas ejecuciones van más allá de la música: son actos como puentes directos entre su alma y los espectadores.
Este cuate deja la piel en cada show. El cuerpo y el espíritu se funden en un frenesí apasionado. Con golpes en el pecho, bramidos death-metaleros y espasmos de danzas incontrolables, Herring ha demostrado que para esto no hay poses, solo autenticidad. No sigue fórmulas, no actúa, simplemente es. Su presencia frente a un micrófono y las cámaras de video apuntándole es un recordatorio de que la música no solo es para escucharse, cantarse o bailarse, sino también para sentirse hasta los huesos.
Son muchos los registros que quedan como testigos de estas premisas y permanecerán en la posteridad del imaginario colectivo. Particularmente, las presentaciones en los shows de televisivos Late Show with David Letterman y en Later… with Jools Holland de la BBC, en 2014 ambas, aunque sin duda son incontables las ocasiones en que, frente a públicos más numerosos y conciertos masivos, ha generado catarsis colectivas.
Cuando uno lo ve por primera vez, formalmente vestido (incluso en su modo casual) y con su escaso cabello bien acomodado, se pensaría que el señor no romperá ni un vidrio. Habrá que esperar a que entre en trance, progresivamente, nota tras nota y pulso tras pulso, hasta que comienzan a deslizarse esas danzas de intesidad casi primitiva, mientras su herramienta más poderosa y versátil, la voz, empieza a oscilar entre la ternura melódica y los rugidos desgarradores.
Cuando Samuel se apodera del escenario se transforma en un narrador visceral. No solo es la fuerza con la que se mueve o la teatralidad de sus gestos lo que impresiona, es también la manera en que se entrega a un momento sin ataduras, logrando una conexión absoluta con el público que, cuando no queda perturbado, al menos queda atónito.
A final de cuentas, ese es el propósito de un verdadero artista, ¿cierto? Romper barreras con los espectadores, haciendo que cada uno de ellos sea cómplice de sus emociones que estallan al aire.
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