Sabemos que hay muchos discos cuyas propuestas sonoras y lírics te remontan a otra época, a un pasado de gloria y nostalgia para contagiarte de atributos que luego te hacen no querer despertar en el presente. Luego hay otros álbumes «nuevos», como 1991 de Drop Nineteens, que sí pertenecen a esos días, tal cual, entonces escucharlos por primera vez  en el aqui y ahora es todo un choque emocional que no se puede explicar tan fácilmente.

Este debió haber sido el primer disco publicado de la banda norteamericana. Su debut, vaya. Pero no fue así. Por alguna razón, este trabajo surgido de las primeras sesiones demo no vio la luz como se tenía contemplado originalmente, aunque sí se envió en casete a la disquera. Luego de que firmaran con Caroline Records y se intensificaran algunas confrontaciones entre los productores y asistentes de mezcla con los miembros del grupo respecto a este LP, se les sugirió hacer otro totalmente nuevo (Delaware), y así fue. Entonces el denominado «1991» se metió a una caja de recuerdos y no se había vuelto a ver… hasta ahora.

Ya que vio la luz más de 30 años después, se siente realmente como trasladarse a aquellos días de inicios de los noventas en Boston, respirar el aire de esa atmósfera y escuchar algunos de los susurros en el underground que hablaban de una nueva generación de grupos con chicos británicos desaliñados que hacían música ruidosa y melódica mientras miraban sus zapatos. Algunas de estas mezclas fueron resideñadas, en otros tracks hubo alteraciones de volumen y, en otros más, hubo paneo de voces para darles un toque más vivo y puro. Pero, en general, se conservó ese espíritu lo-fi y rudimentario para respetr el eco independiente como alarido inspirador de un grupo que improvisaba entre la bruma de lo abstracto.

Y, ¿saben qué? Suena genial. Estos tracks toman fuerza con una densidad que te abraza y acaricia en la oscuridad, con vientos gélidos y sonidos fantasmales que se pierden en las paredes de ruido que se van disolviendo poco a poco. No queremos que se lo pierdan: