De acuerdo a Ian McCulloch, «The Killing Moon» de Echo and the Bunnymen es la mejor canción de la historia. No muy a menudo escuchamos a los autores expresarse así de sus propias obras, pero podemos entender por qué un clásico de este tamaño genera estos sentimientos no solo en los acérrimos fans de la banda o algunos críticos especializados, sino también en su propio compositor: su naturaleza enigmática y poética expresa temas profundos como el destino, la voluntad humana y el conflicto entre ambos. Además, instrumentalmente tiene un impacto universal, sonando cada uno de sus componentes en perfecta armonía, en una atmósfera lóbrega y de cadencia agridulce que incentivan a perderse en la belleza de su misterio.

Cuando la rola salió a inicios de 1984 como single oficial del disco Ocean Rain -uno de los más aclamados de la banda- su tonalidad oscura y la resonancia suavemente cruda cautivó a los escuchas más atraídos por el post-punk y la música gótica de la época. Su videoclip, dirigido por Eric Weymouth, es igual de icónico desde que su estilo cinematográfico alcanza los mismos tonos e incluso propone un poco de terror en la fórmula, con una paleta de colores e iluminación que se ajustan a la perfección con el espectro de la canción.

Pero, ¿de qué habla particularmente La Luna Asesina? Ni el mismo McCulloch lo tiene claro, o quizá sí, pero su explicación suele ser tan profunda o abstracta como cada uno llegue a comprender. Desde que la compuso casi de manera exrpés (una mañana se levantó con la línea del estribillo en su cabeza) y terminó de grabarla entre las ciudades de Bath y Liverpol supo que la ambigüedad lírica sería uno de sus sellos característicos: «Habla de todo, desde el nacimiento hasta la muerte, la eternidad y de Dios, sea lo que sea que entendamos por esa palabra».

Ian recuerda que la última sesión se prolongó hasta altas horas de la madrugada, pero la pesada jornada valió la pena. Cuando llegó a casa la mañana siguiente, su (en ese entonces) esposa, molesta, le reclamó por no haber llegado a dormir, entonces él le puso la canción (¿habrá sido la primera persona fuera de la banda y el crew que la escuchó?) y le dijo que esa era la razón de su ausencia, y entonces ella comenzó a llorar de la emoción.

Por su parte, Will Sergeant también tiene sus propias memorias respecto a este proceso creativo. En lo referente a sus instrumentos, destaca ese inconfundible balalaika ruso porque en esos días, dice, escuchaban muchísimo a las bandas tradicionales de ese país; y respecto a los efectos de sus guitarras, todo se reduce a un «accidente» sonoro en la cinta original, con un ruido raro que el productor les sugirió que lo siguieran usando intencionalmente en los riffs. Y así lo hicieron.

De esta manera, en un juego de espontaneidad, azares y errores alineados, como si el destino en contra de sus voluntades estuviera esperando a que estos jóvenes británicos se entregarán a él y dejaran que todo fluyera, surgió uno de los temas más emblemáticos no solo de los Bunnymen, sino también de la década de los ochentas y toda la historia del post-punk. Para algunos -incluido Ian McCulloch- será la composición más trascendental de todos los tiempos, sobre todo cuando habla «de todo», como él dice: contiene el significado de la vida, es como el «Ser o no ser» del soliloquio de William Shakespeare.

 

Siempre he dicho que The Killing Moon es la mejor canción de todos los tiempos. Es más que una simple canción. Es un salmo, un himno. 

 

 


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