Más que uno de los mejores frontman de todos los tiempos, Jim Morrison es todo un símbolo para su generación. Su figura icónica abarca aún hoy un impacto mayúsculo no solo en la música, sino también en la cultura popular. El carismático líder de The Doors hacía poesía evocadora como pocos; la teatralidad y rebeldía que llevaba a los escenarios haciendo de sus shows una experiencia única, hacía que conectara con la audiencia de tal manera que motivó la redefinición del papel de cantante y compositor, para luego establecer nuevos estándares en las expresiones artísticas del rock.

Él nació en Melbourne, Florida en 1943, y veintidós años después formó a su emblemática agrupación de la mano de Ray Manzarek, John Densmore y Robby Krieger. Y aunque su travesía fue breve debido a su muerte a los 27 años de edad, The Doors ocupa un lugar sagrado en la historia del rock, el blues y la psicodelia, tres elementos que mezclaron como nadie lo había hecho hasta entonces, y con los que se valieron en sus obras para capturar el espíritu contracultural de los sesentas.

Justo cuando terminaba esa década y dos años antes de morir, es decir, en 1969, El Rey Lagarto sostuvo una interesante charla con periodistas de la revista Rolling Stone, en la que, entre muchas cosas, recordó las circunstancias y momentos precisos en los que decidió dedicarse a la música y convertirse en cantante, lo que tuvo que ver con la detonación de algo más que una expresión musical, más bien una revolución artística y cultural:

 

Creo que tenía un deseo reprimido de hacer algo así desde que escuché el rock. Mira, el nacimiento del rock ‘n roll coincidió precisamente con mi adolescencia, con mi despertar. Entonces fue algo estimulante, aunque en ese momento no me permití fantasear racionalmente con hacer algo así por mi cuenta. 

 

Morrison la atribuye a esta falta de inmediatez por decidirse a adentrarse en el rock, a que inconscientemente estaba «acumulando» las ganas, como si su inclinación hubiera sido progresiva mientras seguía escuchando esta música que poco a poco estaba cambiando el mundo:

 

Cuando finalmente sucedió, inconscientemente había ya preparado todo. No lo pensé realmente. Simplemente ya estaba ahí. Nunca antes había cantado, ni siquiera lo concebía.

Pensaba que iba a ser sociólogo o escritor, tal vez escribir obras de teatro. No iba a conciertos, si acaso a uno o dos cuando mucho. Vería algunas cosas en televisión pero nunca me sentí parte de todo eso que ocurría. Pero en mi cabeza ocurría todo, escuchaba toda una situación que había creado con una banda en un concierto, cantando frente a un gran público. 

 

Por último, agregó que las primeras canciones que escribió surgieron de esos conciertos de rock imaginarios. Y cuando las tenía listas no dudó en salir a cantarlas.

Y es que, pensándolo bien, tiene mucho sentido: esa coincidencia en el tiempo del desarrollo no solo artístico sino integral de muchos jóvenes con la detonación de una expresión musical revolucionaria, que fue mucho más allá del arte para tener repercusiones directas en las sociedades y sus culturas, invariablemente iba a tener un impacto directo o indirecto en sus formaciones, a tal nivel incluso de despertar en muchos de ellos aptitudes que, por la época, eran incomprendidas por muchos, o incluso que ni siquiera ellos mismos sabían que tenían. Y Jim fue uno de estos jóvenes.

Lo que pasó después es historia. El mundo fue testigo de uno de los personajes del rock más genuinos en su historia, con una visión vanguardista y retadora, abarcando como nadie en su época los tópicos del amor, la espiritualidad y el existencialismo. De la mano de otros tres genios, hizo de The Doors una banda provocativa que desafió las convenciones musicales, con obras de arte que sentaron las bases para muchas cosas que ocurrirían después en la música moderna.

Ser la primera banda estadounidense en conseguir ocho LPs de oro consecutivos y haber vendido más de 100 millones de discos alrededor del mundo son datos no menores y que hablan por sí solos. Esto llevó al buen Jim a ingresar al Salón de la Fama del Rock and Roll en 1993, un reconocimiento póstumo que surge como testimonio de su impacto duradero y su estatus de leyenda.

 


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