Red House Painters, nombre tomado de un colectivo de pintores de Tennese (The International League Of Revolutionary House Painters), fue una de las bandas consagradas del denominado género slowcore en los noventas, y una de las firmas más prominentes del sello 4AD para la época. Su líder, vocalista y compositor, Mark Kozelek, aunque nacido en Ohio reclutó a sus compañeros en San Francisco, para conformar su alineación con Jerry Vessel en el bajo, Anthony Koutsos en la batería y Gorden Mack en la guitarra, quien años después fue suplido por Phil Carney.
Si bien es cierto los pininos del grupo se remontan hacia finales de los 80s, fue hasta inicio de los 90s que editaron formalmente sus primeras grabaciones, mismas que se diferenciaron rápidamente de la escena alternativa por ese punto medio sonoro que se encontraba entre lo rudimental y el enigma de la oscuridad, con un estilo de hacer música tan perturbador como consolador, siempre dentro de un clima que si bien no era gélido, también estaba muy lejos de ser cálido. Además, de repente no era extraño escuchar ciertos matices del shoegaze entre sus texturas, mucho menos del folk, una etiqueta musical que fue acentuándose cada vez más con el paso del tiempo, a tal punto de marcar la recta final de su trayectoria.
Otro sello distintivo de RHP son sus duras y directas letras, tan realistas que podrían pasar por deprimentes en unos casos y conmovedoras en otros. La crudeza sin pretensiones en el timbre vocal de Mark hizo mancuerna perfecta con la reverberación de las místicas guitarras, una minimalista batería sólida y sin ediciones, así como un moderado bajo que siempre marcó la pauta mesurada en el andar de estos cuatro chicos sobre sendas inhóspitas e inquietantes.
Podríamos pasar aquí horas y horas hablando de lo trascendental y penetrante que fue para sus fans la música de esta extraordinaria banda que, para nuestra mala fortuna, creemos llegó a su fin muy pronto, o al menos a una transformación que les hizo tomar un nuevo nombre con los mismos integrantes para continuar avanzando hacia otros paisajes con colores muy distintos (Sun Kil Moon). Pero este proyecto siempre quedará en el recuerdo de la memoria, como una sucesión de eventos sonoros fuera de lo común y que fueron capaces (lo son todavía) de remover unas fibras de manera especial y marcarlas para siempre. Y aquí hablaremos precisamente de algunos de estos episodios (nueve para ser exactos):
1. Medicine Bottle
Down Colorfull Hill LP, 1992
Dentro de su baraja de presentación al mundo, esta fue quizá la mejor carta que lanzó Red House Painters. Aunque Down Colorfull Hill fue un álbum corto (seis pistas nada más) es un trabajo intenso, profundo y oscuro, y esto se debe a que las canciones fueron tomadas directamente de la cinta demo original que fue presentada a la 4AD (con algunos ajustes básicos, claro), lo que capturó esa esencia cruda de romántico abatimiento que nos adentró al melancólico mundo que este cuarteto estaba pintando en tonalidades opacas.
2. Dragonflies
Red House Painters I (Rollercoaster) LP, 1993
Una lírica que detona paisajes sombríos por donde quiera que se le escuche, con un acompañamiento musical que evoca la misma sensación de desolación que refleja las angustias que Mark Kozelek quería expresar. Para este, su segundo disco de estudio -considerados por muchos su mejor lanzamiento- la depuración de sus instrumentos fue notable, aunque siempre el grupo de San Francisco cuidó mucho de no eliminar del esa sonoridad húmeda y rudimentaria con la que naturalmente sumergían al escucha en un pantano profundo y de aguas calmadas.
3. Mother
Red House Painters I (Rollercoaster) LP, 1993
Uno de los temas más cinemáticos de Mark Kozelek en todo su repertorio (de cualquiera de sus proyectos o facetas). Mother nos va envolviendo por más de 13 minutos en un fango emocional en el que la oscuridad es la única vía para trascender. Al final, Red House Painters crea su propio ecosistema en el que el tiempo parece transcurrir lenta, muy lentamente, y la soledad se escucha en unos lamentos (voces y guitarras entrelazadas) que navegan en el aire mientras algo no solo afuera sino también dentro de nosotros se va rompiendo.
Ese sentimiento de melancolía con cierto alivio de desprendimiento es una de las cosas más difíciles de explicar no solo en este track sino en todo el disco Rollercoaster en general.
4. Blindfold
Red House Painters II (Bridge) LP, 1993
Y hablando de melancolía, acá este estado de ánimo sosegado se mezcla con un luminoso juego de cuerdas acústicas que dan un poco de más aliento a RHP. Sin embargo, ese cambio repentino no solo de ritmo sino de texturas en sus guitarras nos mete a una dinámica que parece confundirnos con sus baterías, antes de ese desgarrador y tenebroso grito del cierre que se prolonga hasta que la garganta se rasga.
Podría decirse que, en conjunto, este es uno de los tracks más siniestros y consolidados que grabaron.
5. San Geronimo
Ocean Beach LP, 1995
Para el disco Ocean Beach, el grupo daba pequeños guiños de una transformación sonora que se confirmaría años más adelante y con la que llegaría a su fin. Acá, aunque las cuerdas acústicas y un estilo más folkie ya eran notables, aun se encontraban en una especie de transición, por lo que rolas como San Geronimo representan representan la mitad del proceso de mutación. Seguían teniendo un eco orgánico pero ya no sonaban tan «desnudos» ni oscuros como en los trabajos previos, además de que las guitarras eléctricas encontraron un propósito nuevo: formar discretas paredes de ruido que contuvieran más sus emociones, en lugar de únicamente puntear requintos o arpegios reverberados más ensoñadores (esto se debió a la nueva incorporación de Phil Carney).
6. Feel the Rain Fall
Songs for a Blue Guitar LP, 1996
Para el ’96 parece que Kozelek ya tenía claro hacia dónde se dirigía su destino musical. Fue en el elepé Songs for a Blue Guitar que coqueteó con el folk como nunca antes lo había hecho, y aunque seguían los destellos de resistencia eléctrica que esperaban su momento para explotar, el tracklist en general es súper acústico y suave. Es precisamente «Feel the Rain Fall» su punto indie pop más radical, con el que en menos de tres minutos nos queda el registro de uno de los momentos más «alegres» del cuarteto.
7. Between Days
Old Ramon LP, 2001
Y hablando de electricidad y guitarras más grunge en canciones mucho más robustas, acá vamos a degustar uno de los bocados más rockers que Red House Painters supo preparar ya en la parte final de su historia. En su último disco mezclaron todas las facetas que experimentaron como banda: hubo folk, rock y slowcore, aunque este último ya no sonaba como en sus primeros pasos (mucho tenía que ver el nuevo estilo de producción desde el estudio también). Aun así, rolas como esta muestran que la potencia y el punch de Red House Painters siempre estuvo ahí.
8. Helicopter
Red House Painters II (Bridge) LP, 1993
Helicopter es uno de los tracks más «experimentales» de RHP por la distorsión empleada en su instrumentación y en la propia voz de Mark que luego se escucha emotiva cuando sube el nivel con un coro acompañándolo detrás. A pesar de que este capítulo es sereno, se ejecuta con mucha fuerza. Es como si el ímpetu y la nostalgia con cierto nivel de postración se combinaran para crear un poderoso pasaje sonoro.
9. Katy Song
Red House Painters I (Rollercoaster) LP, 1993
Entrañable canción; quizá la mejor que compuso la banda en todo su repertorio (venga el debate). Las desconsoladoras y hasta cierto punto enternecedoras letras se pasean en una melodía redundante, y el canto de Mark es tan crudo y honesto (muchas veces conjugando oraciones tan largas en las que parece aguantar la respiración) que tiene un estilo que difícilmente alguien podría imitar. Durante los más de ocho minutos de duración se apela a un minimalismo inquietante dentro de una atmósfera fría que parece cubrir el vacío en el que nos encontramos, hasta que llega ese punto de quiebre del final, a partir del cual todo es pasión, dolor y liberación en un cierre inolvidable y tan melancólicamente hermoso que podríamos escuchar toda la vida.
Este es un track que parece y debería ser infinito, y al que siempre podemos regresar cuando nuestra alma atormentada busque un refugio no precisamente para el consuelo, sino para explayarse y aceptar su doliente condición.
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