David Bowie fue un artista en todo el sentido de la palabra. Su capacidad de destacarse no solo en la música sino en muchas otras disciplinas dejan muestras incontables y fieles de esta premisa. Fuera del arte sonoro, sin duda la actuación es una de sus facetas más reconocidas pero poco se ha hablado de su trabajo como escritor -y no nos referimos a la composición de canciones, sino a la pegada de lápiz y papel para la creación de libros.

Existen diferentes registros de Ziggy en este rubro, pero quizá uno de los más antiguos data de los 70s, en una etapa particular en la que se vio inmerso en un problema serio de adicción a la cocaína. Fue cuando se refugió un poco en la fantasía e hizo volar su imaginación, incluso rescatando anécdotas reales de su propia vida: como si de una autobiografía con poca o mucha ciencia ficción se tratara.

Hay una entrevista documentada con el medio Rolling Stone por allá del ’76, en la que él ahonda sobre las razones por las que en ese entonces estaba tan clavado en la escritura. Dijo que, a su juicio, en el mundo de la música hacía falta la fascinante historia de un rockstar que se basara en la misma arrogancia que un disco de rock suele tener, por lo que, en lugar de pedirle permiso a alguien para que fuera su conejillo de Indias, decidió hacerlo con él mismo. La idea original fue escribir una novela que se dividiera en diferentes capítulos o temporadas, cada una super categorizada a tal punto de que funcionara como una especie de enciclopedia (debido al montón de hechos históricos reales que también incluiría) Además, como lo comentó en esa charla, tenía varios títulos en mente pero uno que rondaba en su cabeza más constantemente era «David Bowie, el microcosmos de toda materia». Touché.

Sin embargo, las ideas aunque en su mayoría ya aterrizadas, no pudieron concretarse debido a la carga de trabajo que Bowie tendría en esos días. Se vinieron los álbumes Low, Heroes, Lodger, las giras, sus incursiones en el cine, luego la nueva década ochentera, Scary Monsters… En fin. Pero quizá fue en Station to Station (elepé del mismo año de aquella entrevista) y el mini filme The Man Who Sold the World los dos trabajos en los que pudo plasmar mucho o casi todo de este proyecto, de donde surgió precisamente el alter ego: Duque Blanco. Y una nueva revolución musical en su repertorio también se hizo notar.

Pasaron tan rápido los años y los éxitos acumulados en la vida del señor David Robert Jones que cuando nos dimos cuenta, ya estábamos comenzando el nuevo milenio. Entonces, en retrospectiva el estrafalario cantautor británico mencionó alguna vez, en una conversación con The Word, que ese plan original probablemente nunca habría de concretarse, al menos no en la forma de una novela como tal. Aun así, consideró que no fue todo echado por la borda, pues la visión que adquirió en esa pequeña faceta de su vida rindió frutos en su propio repertorio musical, además de que se divirtió como pocas veces lo había hecho.

Por último, en esa misma entrevista supimos de sus propias palabras que otra idea similar acababa de rondar por su mente. Esta vez el relato no se centraba específicamente en él como personaje principal (no lo sabemos con certeza), sin embargo, estaba surgiendo una interesante fusión de elementos de capítulos muy específicos de nuestra historia como humanidad (como aquella idea de la enciclopedia). Por ejemplo, habría menciones sobre la lucha de las primeras mujeres sindicalistas en Inglaterra de 1890, así como el conflicto político entre China e Indonesia en el Mar del Sur, entre otros relatos verídicos que se mezclarían con la ficción.

Fue entonces cuando, sobre este proyecto inconcluso, Bowie hizo una declaración que en su momento a muchos sonó como premonición y que hoy, en la actualidad a otros parecería más bien un guiño hacia los genios de la escritura y el periodismo musical:

Es algo tan épico que no estoy seguro de si alguna vez lo voy a terminar. Tal vez las notas surjan después de mi muerte…