Casi todos conocen la historia de la ruptura de Caifanes al pie de la letra, pero basta mencionar que después de la culminación de la borrascosa relación entre Saúl Hernández y Alejandro Marcovich, de esas cenizas y los escombros en un tempestuoso escenario de conflagración surgió un nuevo fuego llamado Jaguares, que resistió con vigor alrededor del tormento. Aquello sucedía entre 1995 y el ’96.

Desde luego que en aquel entonces algunos ejecutivos propusieron a Saúl iniciar su carrera como solista, sin embargo, él entendía todo lo que pasaba como una transición más que un giro, que debía tener como consecuencia algunos cambios importantes, por lo que continuó andando en su forjada senda, cambió de piel y experimentó su propia metamorfosis al formar su nueva banda con viejos conocidos como Alfonso André (batería en Caifanes), Federico Fong y José Manuel Aguilera (ambos de La Barranca), con quienes ensambló su primera alineación de base. Luego, la idea del jaguar llegó como una figura que habitaba en sus sueños, dentro de paisajes rurales y entre los humos de la montaña, cada vez más cerca de los espíritus ancestrales a los que quería honorar a través de este felino que en muchas culturas prehispánicas es considerado un dios que encarna la fortaleza y la belleza de los pueblos originarios.

Fue así, más conectado que nunca, que con la fuente original este vinculo se volvió energía y la energía fue sapiencia que a su vez, le otorgó balance, equilibrio: El Equilibrio de los Jaguares.

En este álbum lleno de misticismo y rituales para los seres del mundo invisible, los cuatro músicos con una sólida y arraigada instrumentación lograron un sonido ensalmado, a partir de viejos demos olvidados (de la era Caifanes) y otras creaciones totalmente nuevas que necesitaban de su último componente humano en la ecuación para el resultado final: el productor Don Was (créditos con The Rolling Stones, Iggy Pop y Bob Dylan, entre otros), quien hizo un soberbio trabajo para capturar esa esencia cruda e igualmente inmaterial que estaban explorando.

En cuanto a sus letras, las metáforas de El Equilibrio sin duda reflejan ese ambiente de conflicto y lobreguez del cual había surgido este proyecto; la hostilidad y los vestigios del desorden de toda una historia detrás (no solo en estos músicos sino también de los pueblos milenarios) que fungían como impulso esencial para poder emanar. Uno de sus puntos medulares lírica y sonoramente hablando es «Las Ratas No Tienen Alas», canción que se entendió, en sus orígenes, como el desprecio de Saúl hacia su ex compañero, Alejandro, y que posteriormente se convertiría en un manifiesto político.

Verán, cuando el track comenzó a destacarse trascendió extraoficialmente que, de acuerdo al horóscopo chino, Hernández nació en el Año del Dragón (hay una canción de Caifanes sobre eso) y Marcovich nació en el Año de la Rata, y esto aunado a que en la descompostura de su relación Alejandro se expresaba de su némesis como un gran músico y compositor que no sabía fantasear (o en este contexto: que no sabía volar), esta se entiende entonces no solo como una respuesta sino también como una carta de voltereta y despedida en tono hostil, y con el mayor desdén que pudo haberle dedicado para clausurar este capítulo turbio de sus vidas. Algo fuerte, ¿no?

Pero la versión oficial sería una totalmente distinta, se basaría en acontecimientos políticos-sociales más recientes de esa época (que fueron acumulándose a las infamias de un pasado aun más lejano), por lo que la rola asume otro significado, sobre todo en su versión en vivo. Con la incorporación de otros músicos en distintos puntos de la trayectoria de la banda, tales como Sabo Romo (también viejo conocido en Caifanes) o César «El Vampiro» López, así, con el paso de los años Saúl y compañía la han modificado un poco en sus conciertos, sobre todo en el cierre que se extiende instrumentalmente para dar tiempo a la realización de ofrendas a las víctimas caídas, condenas a los opresores y un llamado a la memoria frente a las tragedias que han bañado de sangre nuestra historia, mientras imágenes de políticos manchados de corrupción se proyectan en una pantalla gigante: Tlatelolco en el ’68, el Halconazo del ’71, el fraude del ’88, el fraude del ’06, Ayotzinapa en 2014 y los periodistas asesinados son tan solo algunos de los penosos episodios que Saúl remembra en voz alta frente a su audiencia que lo secunda con gritos emotivos de coraje y pesadumbre. Y al final, él siempre termina exclamando:

Recuerda, raza, que tú… Tú sí tienes alas.

 

Como siempre pasa alrededor de los músicos que tienen una extensa y leal base de fans, habrá unos más estudiosos que escudriñan las letras de sus ídolos desde diversas perspectivas, y hay quienes entienden a Las Ratas con otros significados. Unos aseguran que es una plegaria a la muerte previa al traslado al inframundo, otros creen que es una llamada de atención al Creador del Universo ante la inmundicia de nuestro planeta, y unos más definen la canción como una confesión del propio Saúl dentro de un ritual en el que está dejando atrás el dolor y las traiciones. Y es precisamente eso, el cúmulo de lecturas diversas, lo que alienta la riqueza en la alegoría de simbolismos en los Jaguares y particularmente la poesía chamánica de este álbum.

Pero entre las versiones encontradas habrá algo que nadie podrá negar: que instrumental e incluso espiritualmente hablando, esta es una de las piezas más poderosas y fascinantes que la banda pudo crear. Gran responsable de su atmósfera mística es el maestro Aguilera, que quizá nunca antes -fuera de La Barranca- había sido tan bien aprovechado en las cuerdas y los pedales como ocurre aquí, en esta y en las demás canciones del disco. Su registro en la guitarra es uno de los más tántricos y hechizantes que han quedado para la posteridad de nuestro rock.

Más de dos décadas después, en su paso por un festival en Monterrey en 2019, Saúl declaró que cuando los Jaguares se formaron eran momentos muy difíciles y que el proyecto cobró vida por la necesidad de supervivencia y un espíritu de resistencia. Debemos recordar que además de todo lo que venía arrastrando, también estaban los problemas en su garganta, a tal grado de que posteriormente tuvo que ser intervenido quirúrgicamente. Si bien es cierto los estragos en su voz ya se notaban en estas grabaciones, y a pesar de no estar en su mejor momento, su canto es más dramático y exhibe cierto dolor que se volvía fortaleza con un temple alusivo a ese instinto del que hablaba: simplemente era cuestión de aguantar o morir. Y estos cuatro chicos lo soportaron todo desde las tinieblas y con mira a las cordilleras; trascendieron mediante cultos con los que llamaron al dios jaguar para que respondiera en su ayuda dentro de un plano cosmogónico.

Dicen por ahí que no hay que temerle al caos ni a la tempestad, que hasta de los choques de planetas nacen las estrellas más resplandecientes. Veámoslo entonces de la siguiente manera: las diferencias personales entre Hernández y Marcovich que pusieron fin a una de las bandas más queridas e importantes del rock en México, las disputas legales y la constante confrontación, así como la encrucijada vital que mermó la salud de Saúl y puso en riesgo su propia voz dieron pie, después de varias conjugaciones astrales a su favor, a uno de los mejores álbumes en el palmarés de nuestro país y de América Latina desde cualquier punto de vista que se quiera abordar; tan poderoso y ascético que ni los propios Jaguares lo pudieron igualar posteriormente… Tampoco lo hubieran logrado después los Caifanes (sí, asumo con toda responsabilidad esta última declaración).

En retrospectiva, hoy se entiende la fuerza y la espiritualidad de esta obra como lo que significa realmente: una oda a la supervivencia. Bien se dijo antes: es un disco de vital resistencia… una tormentosa resistencia.