David Eugene Edwards tenía poco más de seis años de no grabar un disco de estudio con Wovenhand. Esto nos dice mucho del tiempo que tuvo para pensar, acumular y canalizar. Él tenía un montón de grabaciones e ideas almacenadas en su computadora, las mismas que fueron tomando forma de la mano de Chuck French (Planes Mistaken For Stars), un viejo amigo con el que ahora, después de mucho tiempo de conocerse, pudo concretar algo en colaboración. Juntos exploraron los alcances místicos y espirituales de cada secuencia, de cada nota, de cada beat. Un proceso calmado de cuatro años al menos. Era el tiempo que necesitaba un trabajo de la magnitud de Silver Sash: un álbum colosal que se vuelve alquimia de veneno que infecta a los tímpanos.
Primero debemos tomar en cuenta que los procesos de producción y mezcla ocurrieron en estudios caseros. Por una parte en el hogar de French en Denver, Colorado, con la ayuda de un amigo llamado Jason Begin; ahí se grabaron todas las bases instrumentales que fueron retomando las últimas cenizas del neo-folk de los primeros registros de Wovenhand para resarcirlos en un poderoso rock-gótico de tinturas industriales, no precisamente pesado pero sí de potente resonancia. Posteriormente, a tan solo unas cuadras del lugar, en otro estudio casero David grabó las ascéticas y sepulcrales voces con sus letras que incentivan la autoexploración incorpórea, las relaciones sanas con nuestros propios demonios y el andar de los espíritus de la noche. Así emergió esta bestia de disco que estaba lista para salir de su jaula buscando trascender hasta el crepúsculo.
La peregrinación inicia con «Tempel Timber» que creo acertadamente plantea en primera instancia los parámetros con los que se regirá la producción en adelante, en cuanto a intensidad y emotividad se refiere. Precisamente el animal parece sediento de sangre pero está domado todo el tiempo; el caos y las explosiones que le acompañan están bajo control. El peligro asecha pero el riesgo se mantiene latente. Como sabiendo eso y con cierta confianza, «Acacia» galopa deprisa hacia la penumbra sin miedo a lo desconocido. El vigor se acumula y la consistencia de su tempo nos lleva a cabalgar sobre senderos malditos con voces dobladas que lideran este éxodo; y otra rola llamada «Dead Dead Beat» aparece en el mismo tenor, incentivando la carrera veloz hasta el salto al abismo. En este punto, a excepción de la suspensión de la elegantísima pieza «Duat Hawk» -de texturas mucho más orgánicas- nos damos cuenta que estamos ya frente a uno de los discos más enérgicos de Edwards, en cualquiera de sus facetas. Y podríamos esperar cualquier sacudida en el resto del tracklist.
Luego, las guitarras galvánicas y sucias de «Omaha» y «Sicagnu» nos llevan a terrenos más fangosos donde se cantan conjuros para adorar la electricidad. Los estilos más mesurados y blandos del pasado de DEE ni siquiera se vislumbran por acá. «The Lash» continua la aventura y suena más a toxina industrial que se dosifica con unas filosas cuerdas metálicas (¿serán electroacústicas?) que preceden delicadas estampidas con algún timbre electrónico detrás de ellas. Pero nada definiría mejor esta sonoridad que un Goth-Rock de alta manufactura, igual de místico que poderoso; tan intenso y profundo que alcanza a rasguñar algo dentro de nosotros de manera especial.
Ya al final, «8 of 9» y la canción que da nombre al LP son perfectas la una para la otra. La primera, a pesar de sus cuatro minutos y medio no deja de sentirse como un interludio cinemático que fusiona elementos medievales con la experimentación de algunos químicos en un laboratorio hechizado; mientras que la segunda -a que cierra el disco- sigue alimentando ese espectro teatral con la voz de Edwards como la verdadera fuerza motriz de toda la maquinaria que se mueve en la oscuridad. Y así, después de su andar violento pero con saldo blanco en sus garras, vemos a la bestia alejarse lentamente.
Sin duda, lo de Wovenhand en Silver Sash nos enseña que algunas catarsis tanto emocionales como enérgicas pueden llegar a sacudir las conciencias desde las tinieblas. Este es un álbum que funciona como una especie de ritual arcano que llama a despertar lo más feroz de nuestro interior para recordarnos que, aunque confundidos o perdidos, seguimos vivos. Algo de esto nos remembra a las más recientes producciones de Swans, esas con las que Michael Gira nos arrastró de las cavernas a las criptas en bosques malditos que hoy volvemos a imaginar aquí, en este álbum, sin más amuletos que las melodías lúgubres de Edwards como nuestra más contundente protección.
Tracklist:
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Tempel Timber
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Acacia
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Duat Hawk
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Dead Dead Beat
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Omaha
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Sicagnu
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The Lash
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8 of 9
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Silver Sash
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