En el chamanismo, la nostalgia siempre se ha considerado un síntoma de los puntos de inflexión que el individuo experimenta al moverse, al evolucionar. Esta es una cosmovisión muy distante de la que se tenía, por ejemplo, en la Europa Occidental en los siglos XVIII y XIX, donde y cuando creían que era una enfermedad para la cual no había cura. Con el tiempo, y gracias a los conocimientos y la resistencia de las prácticas en las culturas ancestrales que ayudan a remediar el sufrimiento del ser humano a través de su conexión con el universo, se ha aprendido que esta sensación en el alma se debe a los descartes que hacemos conforme avanzamos en el camino, las cosas que dejamos atrás mientras emprendemos «la búsqueda».
En 1993, el músico y productor rumano Michael Cretu estaba pensando sobre el siguiente paso que debía dar Enigma, la banda que había fundado apenas unos años atrás y con la que tuvo un salto instantáneo al éxito con su primer álbum, MCMXC a.D. (1990). Él fue uno de los primeros artistas famosos que comenzaron a grabar sus obras en estudios digitales en casa, en la intimidad de su propio entorno y con la privacidad necesaria para experimentar diversas fórmulas de la música electrónica y el new age, en este caso, que lo llevaron a fusionar sus composiciones con samples, cantos gregorianos y grabaciones forasteras de algunos instrumentos orientales (tales como la flauta shakuhachi, por ejemplo), además de algunos trucos cadenciosos «prestados» de otras bandas como pequeños tributos contemporáneos a las mismas.
Quizá precedido por una profunda reflexión pero sin duda influenciado por la sapiencia de los pueblos étnicos, Cretu creyó que a partir de distintos homenajes y sensibilizado sustancialmente por su psique y el espíritu, podía emprender la busca mediante notas musicales que de un ensamble a otro dieron vida a un poderoso sencillo que el mundo conocería formalmente en enero del ’94 como «Return to Innocence». Los elementos utilizados para la articulación de esta pista como «ofrendas» a otros artistas fueron las bases rítmicas de «When the Levee Breaks» de Led Zeppelin, y los cantos tribales de un matrimonio Amis de Taiwán, conformado por Kuo Ying-nan y Kuo Hsiu-chu (conocidos en Europa como Difang & Igay Duana). Por otro lado, como parte de los componentes de nueva generación protagonizó la andrógina y sensible voz de Andreas Harde, alias Angel X como invitado especial para la ocasión y que por momentos era secundado por Sandra (esposa en ese entonces de Michael) quien recita de manera sublime una estrofa en el puente de la canción.
That’s not the beginning of the end
That’s the return to yourself
The return to innocence
El regreso a uno mismo… Profunda línea que otorga la respuesta frente a los síndromes de la añoranza y la melancolía, cuando se ha descubierto que ese lugar llamado hogar que todos tenemos como destino se encuentra en nuestro interior. Y lo que resultó de todo esto fue un registro de clarividencia lírica-sonido en perfecta armonía, inspirado por las enseñanzas de las razas originarias para volver al estado más puro, emocional y espiritualmente hablando. La idea era invitarnos a dejar de jugar a ser dioses y creer en nuestra propia esencia, fuera de la arrogancia y la soberbia como cuotas de un mundo civilizado, y simplemente dejarnos fluir…
Don’t be afraid to be weak
Don’t be too proud to be strong
Just look into your heart, my friend
And if you want then start to laugh
If you must then start to cry
Be yourself don’t hide
Just believe in destiny
Cuando el single fue lanzado venía acompañado de un entrañable video dirigido por Julian Temple, quien tuvo la idea de recapitular la vida de un hombre adulto en cronología inversa, es decir, comenzando la historia desde su muerte o, mejor dicho en este contexto, desde que trasciende a otro plano, hasta llegar al momento de su nacimiento o de su última reencarnación. Esta narración en reversa podría aplicarse a la historia de cualquier ser humano que habita y camina en esta dimensión (algunos con travesías más cortas que otras, desde luego). Así fue como el director inglés plasmó, regresando en el tiempo y con la ayuda de un unicornio mágico como testigo de cada vivencia expuesta -ya que estos seres mitológicos representan precisamente la pureza-, lo que significaría también regresar a las raíces y a la inocencia que impera en el principio de todo.
El éxito fue rotundo. El álbum The Cross of Changes vendió millones de copias y se colocó en los primeros lugares de Europa y América (Reino Unido #1, Estados Unidos #2, Alemania #5, entre otros); y con el sencillo «Return to Innocence» pasaría algo similar (#1 en Grecia, Noruega, Suecia, Irlanda, #2 en Inglaterra y #4 en EEUU). Además, desde entonces la pista ha sido utilizada en una incontable cantidad de películas como parte de sus bandas sonoras, y fue también la melodía emblemática de los Juegos Olímpicos de 1996, entre otras referencias.
Fue hasta 1998 que todos supimos, mediante una demanda a Michael Cretu y al sello Virgin Records, que esos cantos taiwaneses se habían incorporado a esta canción sin previa autorización ni acreditación. Afortunadamente, el asunto no tuvo que ir más lejos de una nota mediática porque rápidamente se llegó a un acuerdo fuera de juicio entre las partes y, desde entonces, en cada nueva edición de la grabación sus autores aparecen en los créditos, además de que se les dio una legítima compensación económica. Por si fuera poco, posteriormente el músico nacido en Bucarest se encargó de disculparse públicamente en cada oportunidad que tenía, explicando que en su momento pensó que dichos cantos eran de dominio público y que su intención nunca había sido violar los derechos de la pareja Kuo.
Dicho lo anterior y quedando aclarado el pequeño «inconveniente» en torno a «Return to Innocence» de Enigma, vale la pena enfatizar en lo que esta canción ha significado para tantas personas en distintas generaciones. Parece increíble pero conforme pasa el tiempo se vuelve aun más relevante que cuando la escuchamos por primera vez. Es como si mientras más nos alejáramos del origen más fuerte este nos llamara a «regresar». Para Cretu era solo cuestión de encontrar desde distintas fuentes los elementos idóneos y acoplarlos en una euritmia perfecta y capaz de tocar una parte del alma, y así seguirlo haciendo en cualquier parada en los caminos de quienes la escuchamos. De alguna manera, es como terapia para mantenerse conectado con algo más allá afuera que nos remonta, decíamos, hacia nuestros adentros: a lo más incorpóreo de nuestra existencia.
Y tal vez haya algo de sugestión aquí -¿o será la propia magia de la música?- pero esta pieza realmente es como un viaje en el tiempo hacia esos momentos fuera de toda materialidad y que hoy debemos entender son los más inmaculados de nuestras vidas: a ese día que lloramos inconsolables en el duelo, a aquél primer atardecer que contemplamos frente al mar, la vez que nos quedamos despiertos para mirar la salida del sol, ese santiamén en que caímos y sangramos, a la ocasión que rompimos una promesa, nuestra última caminata bajo la lluvia o a ese otoño que aprendimos a apreciar la belleza detrás de la caída de las hojas secas de los árboles. Quien no haya sentido una vibración especial dentro de su corazón al menos una vez escuchando/viendo esto, está mintiendo o quizá está muerto por dentro (perdone usted).
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