El nombre Bob Dylan está consagrado en la historia como uno de los gigantes de la música folk y blues, también en ese particular movimiento songwriter, así como un verdadero genio literario (ganador del Premio Nobel en esta rama, por cierto). Su legado está fuera de todo debate y hoy queda poco o nada que decir sobre su trabajo. Pero existe una faceta más del reputado artista norteamericano que quizá no muchos estén tan familiarizados con ella, y otros hasta la habrán olvidado: la de prolífico pintor, particularmente de las técnicas de acuarela y acrílico.

Robert Allen Zimmerman encontró durante muchos años su fuente de inspiración en las ciudades del Norte de América, zonas urbanas que le dejaban ver en la carretera y sus paseos entre tours todo tipo de restaurantes, gasolineras, hoteles de paso, bares, cantinas, edificios, caminos, personas… Todo lo que cualquier otra ser mortal en un viaje similar pudo haber percibido de «reojo» y desechado de su memoria, nuestro héroe musical -y ahora también pictórico- lo observaba con cuidado, con detenimiento y tomaba fotografías mentales de ello para luego, a veces unos instantes más tarde, plasmarlo en colores sobre un lienzo.

Entendamos, pues, esta actividad en él como una vertiente más para manifestar su arte, cuando quedaba un poco más que decir después de sus notas y su lírica. Este don se manifestó luego de un accidente automovilístico que sufrió en los sesentas, y por el que estuvo convaleciente por un periodo. Encontró en la pintura ese nuevo canal y no lo soltó de ahí en adelante, incluso muchos años después (ya en los 70s) cuando con un cúmulo importante de obras resguardadas, decidió compartirlo con el público.

Después de eso Dylan estaba tan cómodo mostrando su arte que incluso llegó a utilizar un par de sus dibujos en las portadas de sus álbumes, Self Portrait (1970) y Planet Waves (1974), hasta llegar a un punto en los noventas en el que lanzó un libro llamado Drawn Blank, con bocetos creados desde 1989 hasta 1992 en sus viajes por América, Asia y Europa.

Hoy queda un basto registro de estas pinturas ya expuestas de manera oficial ante nuestros ojos. Pero lo interesante es que no solo podemos escuchar y comprender el mundo a través de la música de Bob Dylan, sino también observarlo a través de sus ojos, con ese peculiar y brillante estilo con el que este viajante inmortalizó tantos rincones de este globo de una manera tan expresiva.