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por Pedro Nocturno
Arturo Saucedo y Yuri Bilbatúa nos enseñaban a los capitalinos qué era la 4AD en sus programas de radio a fines de la década de los ochenta. Cuando soñar con ver a esas bandas era más una consecuencia del consumo de algún estimulante que producto de la comprensión de la realidad cultural de aquellos años. Al hablar de estos grupos había una suerte de melancolía, como hablar de un amor imposible, ni más ni menos.
A pesar de esa aridez hubo algunos fogonazos que se presentaron en nuestra tierra, como His Name is Alive, Harold Budd y, ya muy tardíamente a mediados de los noventa, Dead Can Dance. Sumamos -no descontamos- la decepción de aquella estafa que fue la mentira de Pixies en el Ángela Peralta.
Esas presentaciones lejos de alimentar esperanzas nos convencieron de que jamás seríamos contemporáneos de nuestro tiempo. Hombre, nadie que escuchara esta música podía darse el lujo del optimismo.
Somos, entonces, una suerte de generación perdida del rock. O una, al menos, que consumió su juventud sin ver a las bandas que admiraba y tuvo que conformarse con el consuelo del video -el equivalente de besar a la chica menos popular de la escuela-. Estos melómanos castigados frisan los treinta o cuarenta y ya las Dr Marteens se les ven un poco tontas, los rapados les dejan ver la lonja de la nuca y visten de negro, más para reflejar su estética y ánimo que para aparentar menos kilos. Somos esa generación que abarrota las presentaciones tardías de sus héroes como Nick Cave y que se regodea ante la cuarta visita del legendario Clan of Xymox en El Plaza Condesa.
.Ese domingo ahí estábamos, montados a caballo de la nostalgia de ver a una banda elegante que musicalizó nuestras melancolías adolescentes y un grupo, que pese a la baja del medular Pieter Nooten, sigue vigente con esas melodías ensoñadoras y los paisajes sombríos pero siempre emotivos.
Lo refrescante de la presentación fue constatar que pese a la evolución de la música independiente, a su comercialización en paquetes de consumo bien definidos, surgen nuevo fans que gracias a las tecnologías digitales les permiten informarse de toda una trayectoria de tres décadas en un solo click.
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La voz de Roony Moorings emocionó desde sus primeros fraseos con esa voz plana, grave y sepulcral que tiene origen de denominación para toda una camada de músicos de los ochenta, invitó a que los jóvenes góticos sacaran sus mejores pasos new romantic y para que los viejos escépticos movieran sus cabezas en señal de aprobación. “Pues siguen sonando bien”, decían algunos.
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Los más jóvenes llevaban ventaja porque estaban familiarizados con casi toda la producción de los Xymox, acompañaban con los coros fantasmales y seguían con los cuerpos las bases electrónica de su segunda etapa -vinieron a promocionar su más reciente producción Kindred Spirit-; mientras que los más viejos lanzábamos aullidos bobos -de la época de los conciertos de estadio que nunca tuvimos- cuando escuchábamos canciones de la que consideramos la mejor época del grupo, los años con el sello 4AD, donde parieron un par de producciones: el epónimo de 1985 y el legendario Medusa.
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Los momentos más emocionales llegaron justo con parte de su mejor repertorio: cuando sonó «A Day» el público coreaba a ojos cerrados, subió la temperatura con «Back Door» y tuvo su clímax en «Muscoviet Mosquito». En el intermedio hubo otros momentos que valieron la pena como el cover a David Bowie con “Heroes” y una versión fantasmagórica, de lo más anti psicodélica, a “Venus” de Shocking Blue.
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Xymox no fue mezquino y regaló dos encores que prolongaron un concierto soberbio y con brío. Un recital que demostró que algunas bandas no viven sólo de nostalgia porque aún pulsan con honestidad las cuerdas de su biografía.
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fotografía por Carlos Salgado
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Galería de fotos del meet & greet con Clan of Xymox
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